La adolescencia en la cultura del malestar
El autor propone debatir el lugar de la educación escolar a partir de la premisa de que no educa solo la familia o la escuela, sino que el elemento de formación es el medio social e histórico.
El término “adolescente” se asocia con “adolecer” como expresión de estar incompleto o de carecer de algo, se suele decir que el adolescente “adolece”, que “carece”. Sin embargo, adolescente significa otra cosa. Su raíz proviene de adolescens (joven) y adolescere (crecer) que son las raíces que constituyen la palabra “adolescente”, es decir que la adolescencia es un periodo crucial durante el cual se toma una nueva dirección en el desarrollo, se elabora la identidad y se plantea el sentido de la vida, la pertenencia y la responsabilidad social. Adolescer (del latín) significa que crece, que se desarrolla, por lo tanto requiere ser criado, alimentado y cuidado.
La miniserie Adolescencia nos interpela de un modo desgarrador porque coloca la incertidumbre y la inseguridad respecto al cuidado de nuestros adolescentes, incluso cuando son puestos a resguardo en las casas, en las instituciones escolares y otros ámbitos. La juventud está vulnerable. Una vulnerabilidad ante el mercado de trabajo, frente a las exigencias educativas, ante la perspectiva de futuro cierto, continuo y de progreso.
Trabajar con adolescentes pone a la luz el distanciamiento, creciente, entre generaciones en el que coexistimos. La miniserie Adolescencia colocó eso ante nuestros ojos. El distanciamiento se incrementa, paradojalmente, cuando pareciera todo estar más controlado: controles parentales, jóvenes que se vinculan desde sus hogares; menos jóvenes circulando por las calles y en tribus que “paran” en las esquinas. Más jóvenes siendo trasladados por sus responsables parentales de un lugar a otro; menos viajes solos, menos recorridos nocturnos entre pares. El peligroso mundo pareciera quedar relegado de este modo.
La miniserie expuso que ni la familia, ni la escuela parecieran ser ámbitos que alojen. Entonces, ¿dónde se alojan los jóvenes? Las redes están dando una respuesta a esto. La tribu abstracta, virtual, las consultas a la I.A., los diversos foros, la información de impacto que circula y que estimula una falsa consideración de aprendizaje anulando procesos de comprensión complejos. El comportamiento en la red estimula actos intuitivos y espasmódicos que se convierten en modos de aprender, de ser y estar en este mundo. Se está en el mundo de un modo escindido, incluso en los modos de comunicarse y en el lenguaje. La imagen reemplaza a la escritura y se leen imágenes, no palabras. El estímulo de una comunicación fugaz, de un lenguaje mediado por símbolos, imágenes; una escritura abreviada que queda liberada a la interpretación y, por lo tanto, escudada en la ambigüedad, son cualidades en tiempos de carencia de la lecto-comprensión. Mirar todo, leer menos, comprender lo básico parecen las señales del tiempo presente.
Si el mundo entre adultos y jóvenes está escindido no es, meramente, por un tema relacional intergeneracional. El presente de nuestro tiempo se está escindiendo de la vida humana misma, un presente donde el cambio climático ya enseña sus consecuencias; un mundo que habla el lenguaje de la guerra y del genocidio; el desempleo y la pobreza mundial que se incrementan y la desvalorización de proyectar perspectivas a futuro; todo lo cual desvaloriza la vida del presente y el esfuerzo por alcanzar metas. La vida presente y la perspectiva de vida, en riesgo.
La dislocación de los lazos
La escisión de las generaciones es también expresión de la escisión del ser humano con el mundo en el que vive y es la dislocación del propio ser de sus emociones. La dinámica de la vida cotidiana exige asegurar que la máquina siga funcionando. Sostener la vida cotidiana implica la exigencia y autoexigencia de sostener la rutina a pesar de las vicisitudes cotidianas, a pesar de las vicisitudes humanas; a pesar de las dificultades, de la carestía y de la inestabilidad. La vida cotidiana, de este modo, exige anular la emocionalidad. Las políticas educativas que pretenden “gestionar las emociones” conllevan esta apreciación porque promueven aprender a manejar lo que nos hace mal, para seguir con la vida cotidiana, buscando sentirnos mejor.
La escisión también se expresa en el propio sentido educativo, donde la palabra se ha escindido de su valor. La presencia de las nuevas tecnologías estimula la desvalorización de la palabra, reemplazándola por símbolos, signos que reducen y simplifican el lenguaje, constituyendo un terreno de fragilidad y debilidad de los lazos.
En la miniserie se observa un esbozo de que otra cosa es posible en el encuentro entre la profesional de salud (Erin Doherty) y el adolescente acusado de homicidio (Owen Cooper), cuando la profesional valida el sentimiento del joven y se lo hace saber. Al hacerlo, el joven reacciona diciendo que ella debe negarle ese sentimiento, sobre todo si ese sentimiento es negativo. Sin embargo, la profesional hace valer aquello que el sujeto vivencia como experiencia. El joven pone de relieve, de este modo, que está habituado al diálogo superficial con los adultos. La superficialidad que resulta de que nada altere la rutina. De ahí que el joven le diga a la profesional «¿no me vas a decir cosas normales?», en referencia a que ella no le negaba sus emociones. Hay una reconciliación entre el individuo y su ser sujeto.
El drama de la dislocación llega a un punto relevante cuando en una escena el papá (interpretado por Stepehen Graham) recorre su historia como hijo y dice que «cuando era niño mi papá me golpeaba fuertemente si hacía algo mal. Usaba su cinturón”, a partir de lo cual menciona: “me prometí que jamás le haría eso a mis hijos. No lo hice. Quería ser mejor que él. Pero ¿soy mejor?”, este interrogante coloca el sentido de la agresión física de adultos sobre jóvenes porque, a través de esa inquietud, queda de relieve que el padre que golpeó no crio un hijo asesino y que, por el contrario, quien evitó golpear no pudo evitar eso. En definitiva, esa frase nos reubica en la concepción de que “más vale un golpe a tiempo”.
El medio es el que educa
Si tomamos noción del alcance de nuestra realidad presente, de los problemas planteados hacia el futuro, debemos concebir que no educa meramente la familia y/o la escuela, sino que es el medio social e histórico, el medio cultural, el elemento de formación. El concepto de andamiaje entre el ser y el medio tiene acá toda su expresión desenvuelta porque evidencia que la zona potencial de aprendizaje incorpora todos los elementos que conforman el desarrollo de la vida humana. Considerar que el medio también educa entonces implica también que podemos considerar las agresiones, la violencia y el descreimiento que atraviesan a los adolescentes como expresiones de la sociedad actual. Porque como dijo Walter Benjamin, “un individuo en situación de inmenso terror puede entonces verse compelido a imitar justamente aquello que lo aterroriza”.
Finalizando la miniserie el papá ingresa a la habitación de su hijo, detenida en el tiempo, acomoda el peluche entre las sábanas y llorando dice «lo siento hijo, podría haberlo hecho mejor». En la miniserie, la familia se convierte en el centro de la escena; se posiciona como el espacio que podría ser capaz de evitar los acontecimientos trágicos si “lo hubiesen hecho mejor”. Sin embargo, como se puede apreciar de todo lo dicho, la responsabilidad no puede recaer en la familia. Si, como menciona un proverbio, “para educar a un niño hace falta la tribu entera”, entonces debemos interpelarnos en cómo construir una tribu solidaria, comprensiva, afectuosa y creativa en tiempos de agravios y violencias crecientes. La ruptura está a la orden del día, vivimos en una época que se expresa trágicamente. La miniserie es eso, una tragedia de época.
Es necesario, entonces, abrir un debate honesto y fraternal entre los que hacemos la escuela. Porque la escuela debe ser el espacio de la libertad de opinión y la confrontación de ideas, no de personas. De ese modo se abre la perspectiva para que la educación promueva lazos entre los sujetos del aprendizaje, docentes y estudiantes, (junto a las familias), para poner de relieve los problemas en común en el camino de fortalecer los vínculos que permitirán desplegar la vida humana y su capacidad de crear un mundo nuevo.
Damián Melcer es director de nivel secundario y docente universitario.